De Madrid a Praga en cabina

La relación entre Madrid y el cine es tan estrecha como mágica, y para detallar uno de sus recovecos nos iremos, paradójicamente, a otra capital, a la ciudad de las luces de Bohemia: Praga, Praga, Praga.

 

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Estatua de Franz Kafka en Praga

 

Las razones que llevan a tamaño salto se aúnan en la figura del irrepetible y rompedor Franz Kafka, que desde Praga sacudió la literatura y, por tanto, el mundo a golpe de novelas, relatos y escarabajos. Pero no se alarme, amigo lector, no vamos a recomendarle los mejores sitios para ver insectos en la capital, sino que dedique treinta de sus valiosos minutos a La cabina (Antonio Mercero, 1972, disponible en RTVE.es y Youtube). En ella, a partir de la disparatada base de un hombre que queda encerrado en una roja cabina de teléfono, se construye un cruelmente realista retrato de la personalidad humana y de la sociedad española de la época; sostenido sobre la estremecedora interpretación de Jose Luis López Vazquez. Resulta físicamente imposible comprender la idea que guía este mediometraje ambientado en la Madrid de los 70 sin la alargada sombra del checo, y las claras analogías con La metamorfosis provocan que el adjetivo de “kafkiano” sea inherente a la trama urdida por Mercero y su compañero de fechorías Jose Luis Garci.

 

Para la grabación, la cabina real fue instalada en una plaza del barrio Arapiles, ubicada en el distrito de Chamberí y transformada en la actualidad en jardines pertenecientes a una urbanización privada. Y es que los treinta minutos nos permiten revivir una ciudad de Madrid con cuarenta años menos gracias a diversas secuencias en las que se puede ver Atocha, el distrito de Hortaleza y el pinar de Chamartín.

Jose Luis López Vázquez encerrado en la fatídica cabina

La ingente cantidad de contenidos que cupieron en la cabina de Mercero y en 30 minutos es sorprendente: aparece reflejada una sociedad pasiva e incluso entretenida ante un problema ajeno, cuyas soluciones pasan casi exclusivamente por el uso de la fuerza y cuyas servicios públicos, como la policía y el cuerpo de bomberos, resultan incompetentes y muy poco respetados. Por otra parte, el número de posibles lecturas a la historia tiende a infinito: puede parecer desde una subliminal crítica al régimen franquista imperante en la época hasta una metáfora desde el punto de vista psicológico de la propia naturaleza humana, que resulta presa de cabinas cerradas como la rutina, el trabajo, o la soledad. Y este aspecto no resulta ajeno al creador, que siempre ha defendido desde un cierto regocijo que la historia no pretende salirse del campo de la ciencia ficción y que deja una lectura abierta al observador: cada individuo puede verse encerrado en una cabina completamente distinta.

El impacto de la película, emitido en la televisión pública que monopolizaba el aparato en la época, fue abrumador y dejó como huella un temor del público a las cabinas de teléfono: durante muchos meses nadie se atrevía a cerrar la puerta cuando hacía una llamada, hasta el punto de que el propio López Vázquez tuvo que protagonizar anuncios de Telefónica en los que se le veía saliendo de la cabina para trasmitir seguridad. Además, la obra sería traducida y cobraría poco a poco relevancia internacional hasta resultar, incluso, ganadora de un Emmy. Sus imágenes se marcaron a fuego en el imaginario popular hasta que, por fin, la protagonista de la historia va a salir de lo etéreo para convertirse en tocable y palpable.

En homenaje a Antonio Mercero, fallecido en Mayo de 2018 y con otros inolvidables títulos a sus espaldas (Verano Azul, Farmacia de Guardia, etc), nació una propuesta que fue aprobada por el Ayuntamiento recientemente, y no es otra que la instalación de una cabina roja en la misma calle en la que se rodó el mediometraje, en el barrio de Arapiles, prevista para 2019. De esta manera, quedarán inmortalizados un rompedor experimento cinematográfico y su autor; quedará representado un acto de amor a lo absurdo como medio de expresión de cosas muy poco absurdas; quedarán para siempre 30 minutos ante los cuales Kafka, sin duda, se quitaría el sombrero. Y es que el transporte mas rápido para ir de Madrid a Praga, amigos, no es otro que la cabina roja de Mercero.

 

Antonio Mercero
Antonio Mercero

 

 

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