San Plácido Maldito

El pasado día 23 en Facebook, en nuestro apartado ¡Descubriendo Madrid! os hablamos de la Capilla Sixtina del Barroco Español, San Antonio de los alemanes, y hoy me gustaría acercaros a su vecina, la Iglesia de San Plácido. Fundada entre 1620-21 fue la antigua iglesia del Monasterio de la Encarnación Bendita, realizado a fin de albergar una comunidad de monjas benedictinas venidas de un convento de Navarra, estuvieron “dirigidas” por una dama de la aristocracia, Teresa Valle de la Cerda, al ser repudiada por un matrimonio con D. Gerónimo de Villanueva (protonotario de Aragón).

En un principio el convento se funda en unas casas pertenecientes a este personaje, y posteriormente en 1641, se llevó a cabo la edificación, puesta bajo la dirección espiritual del priorato de San Martin de Madrid. El primer proyecto para este edificio lo presenta Fray Lorenzo de San Nicolás. Presentó una iglesia de pequeñas dimensiones, pues apenas tiene culto al exterior, con planta longitudinal en forma de cruz, aunque da la sensación de centralización, con un presbiterio y una nave cortas, brazos del crucero espaciosos… todo ello da paso de la planta al octógono de la cúpula semiesférica. Se construye en un estilo muy sobrio, casi masculino, siguiendo lo dicho por Vitruvio sobre los órdenes antiguos. En 1903 fue demolido y lo que se ve hoy en día es obra de 1912. En 1943 fue declarado Monumento Nacional.

Es uno de los edificios que se conserva en mejor estado, a pesar de todas las destrucciones de la preguerra española, este edificio consiguió salvarse. Las pérdidas que ha tenido han sido a consecuencia de las necesidades de reconstrucción para su habitabilidad como convento.

El edificio tiene una decoración realizada por los mejores artistas del barroco madrileño, aunque su trayectoria es bastante dilatada en el tiempo. La familia de los Villanueva siguió protegiendo a las monjas y a raíz de ello, ayudaron para que la decoración continuara adelante. Lo primero que se trazó fue el retablo, ejemplo característico de pala de altar, y que albergó el famoso Cristo Crucificado de Velázquez. Es un retablo de columnas con una estructura arquitectónica con sentido teatral. Tardó casi 10 años en finalizarse, (finalizado en 1668 por C. Coello).

La cúpula está hecha en torno a 1660 por Francisco Rizi, que era ya pintor del rey, tiene una decoración de carácter ornamental basada en cornisas, molduras vegetales, o guirnaldas que imitan oro… En los medallones centrales aparecen alegorías de lo que la orden de San Benito está divulgando, mediante profetas y sibilas, o la historia de la propia orden mediante figuras como San Mauro o San Placido.

En los pilares, una serie de hornacinas con esculturas relacionadas con el ámbito mariano; encima de ellas, una serie de pinturas que representarían historias complementarias de estos santos, todas ellas en grisalla; por ejemplo, San Ildefonso tiene encima la escena de la imposición de la casulla por parte de la virgen. La pieza clave de la iglesia es un Cristo Yacente obra del gran Gregorio Fernández ubicada en una de las capillas.

Pero realmente lo curioso de esta iglesia no está solo en su conformación, y sino en dos historias que permitieron nombrarla “maldita”:

1º Una supuesta posesión diabólica, seguramente provocada por las propias labores del convento, los largos ayunos y los extensos periodos de rezo, de 25 monjas del convento entre las que estaba la fundadora, Teresa Valle de la Cerda. En sus divagaciones profetizaron una reforma de la Iglesia. Por ello no solo fueron juzgadas por la Inquisición toledana ellas, sino también el prometido de Teresa y el confesor de las monjas. Fueron condenados a vivir recluidos en diversos conventos toledanos son ejercer sus funciones.

2º Relacionado con el reloj de la iglesia, cuyas campanadas imitan al toque de difuntos (como curiosidad), y que fue un regalo del rey Felipe IV. La historia cuenta que el rey intentó acercarse a una de las monjas jóvenes de la orden, ella al ver sus intenciones se hizo la muerta, fue amortajada y metida en un ataúd con la ayuda de la priora, el monarca al ver la escena huyó despavorido y encargó como perdón el Cristo Crucificado a su pintor de cámara, pero al entregarlo se dio cuenta del engaño y encargó la colocación del reloj que tocada con esta melodía a cada hora provocando la tortura de la monja hasta el día de su muerte.

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