Lo que no te enseñamos del Prado
Traemos una nueva sección en la que analizaremos de cerca algunas de las obras más señaladas del Museo del Prado que no enseñamos en nuestra visita guiada.
la obra elegida fue pintada en el siglo XIX por una persona realmente especial. Se trata de uno de los más grandes nombres del arte español, Eduardo Rosales. Su sórdida, enferma y solitaria vida alentó en cierto modo su fama en España pero además es admirado por su talento y su originalidad, dando una vuelta al género histórico y poniendo los ojos en el realismo de Velázquez, siempre desde la corriente purista en la que se formó.
Eduardo Rosales es uno de los más relevantes y de los que más obra conserva actualmente el Museo Nacional del Prado en Madrid. En busca de nuevas formas de expresión pictórica que se alejaban de las técnicas seguidas por sus cercanos amigos neoclasicistas, experimentando en absoluta libertad, fue así como Rosales llegó a la que sería su última gran obra, basándose como punto de partida en la herencia velazqueña que había ido adquiriendo con el tiempo.
La muerte de Lucrecia
Será en el año 1871 cuando pinta para la Exposición Nacional La muerte de Lucrecia, el cual obtuvo uno de los premios finalistas y el cual el propio pintor consideró siempre su mejor obra. Sin embargo, estuvo rodeada de críticas y de una gran polémica en cuanto a la maestría de su factura.
El asunto elegido en este cuadro es el de la lenta agonía de una de las mujeres más virtuosas de la época romana, la patricia Lucrecia, cuya muerte desencadenaría importantes consecuencias para la política del momento, ya que su suicidio tras ser violada por el hijo del rey de Roma, provocaría finalmente la proclamación de la República romana en el año 510 a.C. Un antes y un después para la Historia.

Podemos ver que la escena ocurre en el interior de los aposentos de Lucrecia, donde el cuerpo ultrajado cae dramáticamente sobre los brazos de su padre Lucrecio y su esposo Colatino. Ante ellos es ante los que ha caído verdaderamente el deshonor, y la joven Lucrecia en un actor heroico y dando ejemplo a la sociedad de su valor moral, decide quitarse la vida para así acabar definitivamente con la afrenta a su familia.
A la derecha de los protagonistas está Bruto, que levanta el cuchillo que ella se ha clavado en el corazón y jura venganza. Y detrás del cuerpo de la fallecida, otro patricio con un manto azul, se oculta el rostro asustado ante el fin tráfico de Lucrecia.
El creador se aleja de la interpretación puramente política para hacer de esta escena tan íntima en el cuarto de la propia protagonista, una espectacular forma de drama humano, para acentuar así que fue el desencadenante del cambio de rumbo de la historia de Roma y de Europa. Usando una muy sencilla composición clásica al modo de Jacques-Louis David, el cadáver pálido y desplomado es el centro de atención alrededor del cual se mueven el resto de las figuras. Intercalando posiciones muy distintas aumenta el drama del momento, también usando coloridos fríos y ensombreciendo en penumbra el resto de la habitación.
Aunque su modernismo no fue realmente entendido por las instituciones de su tiempo, su plástica sintética y esa factura suelta que toma en el último momento de su carrera se convertirán en el germen de lo que seguirán después las nuevas generaciones más jóvenes. Rosales es al mismo tiempo el lenguaje moderno e inmediato del Romanticismo español, y la tradición clásica más profunda.