Las Milicianas en la Guerra Civil Española

Las milicianas son un capítulo de la historia de nuestro país que durante muchos años ha permanecido olvidado por el grueso de nuestra sociedad, en parte porque se nos ocultó o se nos trasmitió de manera muy distinta a la realidad.

Si preguntamos a los jóvenes de hoy sobre el papel de las milicianas en la Guerra Civil nos damos cuenta de que prácticamente todos desconocen la existencia de estas valerosas mujeres. Esto viene derivado de la visión superficial y simplista que colegios y sobre todo institutos imparten con relación a la Guerra Civil y el periodo franquista, por lo que pretender que se les trasmita a las nuevas generaciones un discurso de género al respecto es, por el momento, algo difícil de conseguir.

No sería posible entender por qué estas mujeres se movilizaron y tomaron las armas para la defensa de la Segunda República sin contar toda una serie de cambios que se producen durante el bienio reformista, empujón necesario para que la imagen femenina se alejase del prototipo de perfecta casada y ángel de hogar que había predominado hasta entonces y que regresará con la dictadura.

Entre las reformas llevadas a cabo durante la II República cabe destacar la modificación de la Ley Electoral de 1907 en el decreto de urgencia del 8 de mayo de 1931 y el establecimiento de la igualdad jurídica y política entre hombres y mujeres en la constitución de 1931. La primera de ellas supuso la entrada de la mujer en el mundo político al convertirse en candidatos elegibles y lo segundo dio lugar a la equiparación de la mayoría de edad de hombres y mujeres en los 23 años y al sufragio universal. Esto supuso la llegada de la mujer a la vida pública, no quedando relegada únicamente al ámbito familiar. A estas medidas hay que añadir la legalización del divorcio, el reconocimiento del matrimonio civil y el establecimiento de escuelas públicas, laicas y mixtas.

Con el estallido de la guerra en 1936 y la amenaza del fascismo sobrevolando el futuro la consolidación de estos avances queda en peligro, motivo por el cual muchas mujeres deciden unirse a las milicias, tomar un fúsil y luchar como un camarada más.

En un primer momento la llegada de mujeres al frente bélico se permitió e incluso pareció potenciarse a través de la cartelería generada en ese momento, que no buscaba tanto la participación femenina como apelar a la conciencia de los hombres que no se habían alistado. Que la mujer accediera a las milicias, tomara el fusil y entrenara como sus compañeros varones se permitió tan solo durante los primeros momentos de la guerra, debido en parte al colapso y la desorganización gubernamental y militar de la II República en los primeros momentos del conflicto, sumado esto a la existencia de agrupaciones paramilitares que se encargaron de organizar los primeros momentos de la guerra. 

Esta situación de relativa equiparación de la mujer al hombre en el ámbito militar se extendió apenas durante un año, después del cual se inició una campaña publicitaria que buscaba la vuelta de la mujer a la retaguardia para el desarrollo de labores asistenciales como el cuidado de enfermos y menores, preparación elementos indispensables en las trincheras (uniformes, vendas, cajas de comida) y el desarrollo de los trabajos industriales y en el campo que los hombres habían dejado atrás al unirse al ejército. Por inusual que parezca a la organización de estas actividades se volcaron por completo las asociaciones feministas, destacando la AMA (Agrupación de Mujeres Antifascistas) y Mujeres Libres, las cuales asumieron el discurso de que el lugar de la mujer estaba en la retaguardia desarrollando estas labores fundamentales para el esfuerzo de guerra.

Pero estos motivos no fueron los únicos que se esgrimieron para alejar a la mujer del frente, también se llegó al extremo de señalar al colectivo femenino como un problema de sanidad, ya que se argumentaba que la presencia de la miliciana llevaría de forma inevitable a la trasmisión de enfermedades venéreas, llegando incluso a acusar a todo este colectivo de prostitución. Se trató de una campaña de desprestigio que caló de forma rápida y efectiva en la sociedad, reduciendo considerablemente el número de mujeres soldado.

Se produce así la estigmatización de este colectivo, promovida principalmente por el gobierno de la II República de una forma gradual y siendo para ello fundamental el diseño de cartelería.

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Evidentemente tras el conflicto bélico y con la victoria para el bando nacional, la figura de la miliciana queda en el olvido y con ella nombres propios de mujeres capaces y valientes que merecen ser recordados y resonar en la actualidad: 

María Pérez Lacruz, La Jabalina, miliciana anarquista que luchó en la Columna de Hierro; Rosario Sánchez Mora, La Dinamitera, mujer soldado; Micaela Feldman de Etchebéhère, Mika, capitana argentina del POUM; Fidela Fernández de Velasco Pérez, Fifí; Julia Manzanal Pérez alias Chico; Casilda Hernáez Vargas, miliciana libertaria vasca; Enriqueta Otero Blanco, maestra y miliciana de la cultura; Amparo Poch y Gascón, médica y miliciana; Aurora Arnaiz Amigo, estudiante de derecho y miliciana; y Anita Carrillo Domínguez, capitana y comisaria política. 

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